viernes, 27 de julio de 2012

Para mí su destino era el fútbol, pero nunca lo vi jugar

Por Luis Alberto Climenti


Conozco a alguien que sin ser famoso pudo trascender a la muerte. El hecho de escribir sobre él de alguna manera lo vuelve presente. Es alguien que me inculcó valores, trabajo, como hacer un asado y formas de vida calcadas e impresas en la genética más profunda. 

Esta persona era un hombre de pocas palabras. Me acuerdo que se levantaba muy temprano para ir a trabajar, demasiado temprano para mi gusto. Un súper héroe, lo más parecido a Superman que conocí. Esa persona se llamaba Roberto Climenti, mi viejo. ¿Quién más? 

Herede su amor por el fútbol, me dejo la herencia más linda, ser hincha de La Academia, el Racing Club de Avellaneda. Me acuerdo que le gustaba ver jugar al “Piojo” López por derecha porque, según él, cuando enganchaba hacia adentro llegando al arco le quedaba todo el panorama para definir con su mejor perfil. 

De fútbol sabia y mucho. Aún siendo de Racing se sentía más cercano a la forma Menottista de concebir el juego. Nunca entendí porque no se dedicó a ese deporte. Cuentan los que saben que tenía un talento natural para jugarlo. Era bueno, muy bueno. Tenía potrero, le sobraba potrero. Te dabas cuenta por como caminaba la vida. Nunca entendí porque no se dedicó a jugar al fútbol en un club de Primera División. Quizá porque en esa época este deporte no era lo que es hoy. ¿Le faltó suerte? No lo sé. Todavía sigo sin entenderlo.


Jugó en el Temporal, un equipo de fútbol de Luis Guillón. Cuentan que los clásicos barriales eran entre “El Temporal” y “El Real de Guillón”. Ese era el partido que apilaba gente hasta en los árboles. Muchos iban a verlo jugar al “Púa”, así le decían a mi viejo. También supo jugar en El Porvenir, el coloso de Gerli.
Me hubiese encantado verlo jugar, me hubiese gustado que le vaya bien con el fútbol. Me llamó la atención su juego, siempre tuve intriga, pero nunca lo vi jugar. Ni siquiera con tipos de su edad, panzones y lentos. Veo seguido a tipos grandes que se juntan a jugar un picado y a recordar sus tiempos de gloria entre risotadas, pero a él no. Al menos eso me hubiese dado un indicio de como jugaba. Pero no lo vi.


Nunca volvió a pegarle a la redonda, quizá porque nunca hizo el luto de dejar a su noviay siempre la extrañó. Dejo el fútbol y se separó de la pelota. Nunca volvió a jugar, no sé porque fue. ¿Dolor? ¿Recuerdos? ¿Una lesión? Quien sabe… solo él lo sabrá.


Cada vez que me cruzaba con alguien que había visto jugar a mi papá al fútbol me decía lo mismo: “¿sabes cómo jugaba tu Viejo? Un jugadorazo nene”. Esa frase la escuche durante toda mi infancia y adolescencia. La misma frase, siempre, escuchada de diferentes personas. Por lo que dicen, era bueno de verdad.


Un día, caminando por Mendiondo cuando volvía de la casa de un amigo, me crucé con “Don Pocho”. Un personaje bastante nombrado en el ambiente futbolero de Luis Guillón. Era una especie de manager local que lo llevaba a probarse a los equipos para que vean lo que “Robertito” era con la pelota, un crack, según él. Pocho fue el primer fanático de mi viejo.

Llevaba siempre saco a cuadros y un sobrero clavado en la cabeza, era su marca. Es raro recordar a Don pocho sin ese sombrero. Cada vez que mi papá me contaba de sus dias con el fútbol, me hablaba de él. 

Ese día que de casualidad lo crucé en la calle y le dije que yo era el hijo de Roberto Climenti. El viejo se emocionó mucho, sentí como el tiempo se detuvo un instante. Fue una sensación rara. Me contó, una vez más, que mi viejo era buenísimo "jugando a la pelota". Que tenía el juego de Tévez, pero con una gambeta aún más atrevida. Se le llenaban los ojos de brillo al viejo cuando me hablaba. Quizá su mente le traía recuerdos de una gambeta, un enganche o algún gol.

Mi viejo me conto que una vez Pocho lo llevo a probarse a Vélez. Cada vez que el Púa tocaba la pelota el viejo seguía al entrenador que estaba viendo jugadores y le decía: "miré, miré. Miré lo que hace ese pibe... Un fenómeno". Hasta que este tipo de Vélez, cansado, le dijo que ya conocía a mi viejo, que sabia que jugaba en el Porvenir y que le iban a pedir mucho por su pase. 
Sin la redonda en los pies Roberto busco como ganarse la vida, hizo de todo. Vendió diarios, trabajó en una fábrica de tanques, Correos y Telégrafos, panadero, chofer, ¡Hasta manejo el camión de Racing en Guillón!  Un camión que repartía carne con el dibujo del Turco García de un lado y de Diego Maradona del otro.  Hizo de todo el pobre. Hasta Verdulero fue. Muchas veces no tuvo suerte. La mayoría de las veces no tuvo suerte.  Para mí su destino era el fútbol, pero por algo lo esquivó.


La década del ´90 fue complicada para mucha gente y mi viejo no fue la excepción. La situación económica y los vaivenes del país lo llevaron a recorrer lugares inciertos. La luchó como todos, la lucho mucho. Hacia el final de esa década, en 1997, se descompensó y fue internado de urgencia en el Hospital de Monte Grande. 

Salí del colegio y me enteré de la mala noticia. Llegué al hospital pensando que era algo sencillo, que a la noche estaríamos comiendo en casa juntos. Pero no, mi papá estaba acostado en una camilla en uno de los pasillos. Se lo veía realmente mal, sin fuerza. Me dí cuenta de que la cosa estaba mal, que lo que tenía no era nada sencillo, pero igual pensé que iba a salir adelante. Me acerque a él, tomé su mano y le dije al oído: “vamos viejo, que todavía nos falta ver a Racing Campeón…”, abrió sus ojos, me miró y se le cayó una lágrima como diciéndome “mirá que no sé si salgo de esta…”. Esa fue la última vez que vi con vida a mi viejo.


No pudieron hacer nada con él en el Hospital de Monte Grande y lo llevaron al Hospital Presidente Perón de Avellaneda, ahí dejo su vida. Pudo ser cualquier otro Hospital, en cualquier otra ciudad. Pero no, el destino, la suerte o él mismo quisieron que su vida termine en Avellaneda un 31 de Octubre de 1997. Cerquita del "Cilindro", en un Hospital que lleva el mismo nombre que el estadio de Racing.

Después de que los médicos nos informaran de su muerte todo se vino abajo. Ya volviendo a casa, mi hermano soltó al aire “Él se quiso morir acá, en Avellaneda".


Quizá este año, el Púa pueda jugar su mejor y último partido sobre el césped del cilindro. Si todo sale bien, vas a descansar en el estadio. ¡Vas a jugar en Racing viejo! Creo que es el mejor homenaje que se te puede dar, que descanses en el lugar amaste.


El lugar en el que mejor te supiste mover, una cancha de fútbol. Que descanses en la cancha de “tu” Racing, será un buen premio a tanto sacrificio. Cuando quiera sentirme cerca tuyo voy a ir a la cancha.


Entiendo ahora el valor de la trascendencia. Después de tantos años uno puede vivir en sus hijos. Alguien puede escribir sobre quien ya no está. Esto, sin dudas, es trascender a la muerte.

Para mí tu destino era el fútbol, pero nunca te vi jugar.

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