miércoles, 23 de octubre de 2013

Pizzería Mingo, Un clásico en Luis Guillón

Por Luis Alberto Climenti

La pregunta de “cuantas pizzas preparó durante su vida” fue el disparador. La sonrisa cómplice se pintó en su cara y la respuesta fue una incógnita. Podemos tener la certeza que la cifra superará las miles. “Hace más de treinta años que estoy en esto” cuenta el actor principal con orgullo.

Pizzeria Mingo, Una perla para muchos de los vecinos
Domingo Vatrella, más conocido como “Mingo”, es un inmigrante Italiano que llego a nuestro país allá por la lejana década del ´50. Seguramente llego a nuestro país con las valijas cargadas de sueños que más tarde se cristalizaron en sus pizzas. “Siempre trabajé en pizzería, y en panadería” nos cuenta Mingo con un dejo de nostalgia.
Cuando nos habla no puede ocultar el acento de su lengua de origen. Uno entra a su pizzería ubicada a metros de la rotonda de Llavallol y se respira un aire italiano en pleno Gran Buenos Aires.  La mezcla de olores y sabores nos reciben siempre con amabilidad. “Las pizzas de Mingo son las mejores que probé” nos cuenta un cliente durante nuestra visita al local (personalmente, doy fé de eso).
Nuestro maestro pizzero no se pone colorado por el elogio y redobla la apuesta. Nos cuenta que jamás tiro un volante o hizo publicidad. Solo se apoyo en el “boca en boca” y en el sabor de sus pizzas para hacerse conocido.
Si en Esteban Echeverría existiese un circuito turístico o gastronómico, La pizzería de Mingo sería un punto obligado a visitar en Luis Guillón. Para muchos, sus pizzas ya son una tradición. Han compartido la mesa de los vecinos del barrio por años. Arranco en 1982 y estuvo hasta 1994 en Loma Verde. Luego, en 1996, abrió su local en Boulevard Buenos Aires n° 1978 en Luis Guillón y hasta el día de hoy sigue a paso firme. Sus pizzas vistieron las mesas de las familias de la zona por años. Han compartido festejos, emprendimientos, cenas con amigos, partidos de fútbol y miles de reuniones entre “Guillonenses”.
“Algunos clientes de Loma Verde siguen viniendo acá, la gente no te cambia así porque si.” cuenta Mingo.
Cuando uno entra al local observa un orden y una limpieza que son una marca registrada. Un cartel rojo fileteado describe los más de 50 sabores de pizzas que se preparan en el lugar.
Mingo siempre luce un impecable guardapolvo celeste con el que marca la cancha y demuestra el respeto por su trabajo. Cuando uno realiza el pedido en caja, siente como la maquina se pone en marcha. En un cajón largo bajo la mesada de trabajo hay bollos que se acomodan prolijamente. Los guarda celosamente. Como si fuese un ritual, Mingo saca uno de esos bollos enharinado. Sus manos comienzan a evocar a los maestros pizzeros italianos dueños de las recetas ancestrales de la buena pizza. Como no podía ser de otra manera, todo va tomando forma y sabor.
“Para mí los clientes son todo, yo doy todo por ellos. Ellos saben que si se cae un pedacito de mozzarella  al piso no va a parar a la pizza. A los clientes hay que cuidarlos, trato de darles lo mejor” nos cuenta mientras nos convida una porción de una faina de gusto particular: “tomá, invitación de la casa” - nos dice. La faina empieza a “calentar” los sabores del paladar y nos hace entrar en clima. La pizza sale por primera vez del horno que se ubica en el fondo, detrás del mostrador. Un poco de mozzarella, panceta y huevo rallado se van acomodando sobre una capa de tomate. Mientras Mingo nos muestra una sonrisa dice, “Esto es todo light”. Luego, la pizza vuelve a entrar al horno para culminar con la obra maestra.
Si todavía no lo conocen, les sugiero que pasen por su local, disfruten de su amabilidad, su atención y, sobre todo, de sus exquisitas pizzas. Adelante Señores! La mesa está servida!

viernes, 23 de agosto de 2013

Una mirada sobre nuevas tecnologías y su impacto social

Por Luis Alberto Climenti

En los tiempos que corren esta instalada la idea de que todos estamos conectados. La velocidad y la instantaneidad son algo bien visto. Pero ¿que tan conectados estamos realmente? No se puede negar que en la actualidad las comunicaciones han acercado al mundo. Las distancias hoy parecieran ser mas cortas. En gran medida, las personas cuentan con dispositivos móviles y computadoras que las comunican con cualquier lugar del mundo. Nos acercan. ¿Pero que hay de los que tenemos al lado? ¿Se forman o creamos medianeras que nos desconectan? Nos separan, nos acercan.

Las medianeras están ahí. Siempre, separando. El bien del mal, lo lejano de lo cercano, lo propio de lo ajeno. Separando el este, del oeste. En ocasiones separan. Pero otras veces dividen y otras tantas fraccionan, quiebran, parten. Están ahí ¿las ves?. Están en todos lados dando relieve a una horizontalidad interminablemente angustiante. Algunos se sienten protegidos por ellas, dan seguridad. Evitan el contacto con otros no deseados, o deseados. Siempre fueron físicas. Las ves (Te chocas).

El nuevo siglo nos invita a lo digital. Y las medianeras también se vuelven digitales, discretas. El nuevo orden fomenta lo físico-individual y el colectivo-virtual. Las medianeras digitales están ahí. No las ves, pero están. Muros binarios que invaden el mundo real con ceros y unos. Lo físico se vuelve virtual. Lo continuo, discreto. ¿Ahora las ves? El desafió es cruzarlas, treparlas, saltarlas. Tu destino puede estar ahí…. Del otro lado de una medianera.

Particularmente valoro y defiendo el desarrollo de las nuevas tecnologías. Pero, sin lugar a dudas, tenemos un disparador para pensarlas.




* Reflexión basada en la película Medianeras
 
 



 

miércoles, 13 de febrero de 2013

El pibe de las zapatillas de las mil batallas

Por Luis Alberto Climenti

Sentado en el cordón de la vereda estaba yo justo a las tres de la tarde. Esa era la hora que me habían dicho que iban a pasar. El partido era a las cuatro y media. Estaba con tiempo. No había problema.

La calle era cómplice de un silencio que inundaba el barrio. El sol era fuerte. Muy fuerte. Pero no importaba, ahí estaba yo esperando a los muchachos. Tenían que pasar para ir a la cancha. ¡Jugaba el Temporal contra el Real de Guillón! ¡Era un partidazo! ¡Como me lo iba a perder si yo era el 5 del Temporal!

Era un amistoso. Pero esos partidos de amistosos no tenían nada. El negro López nos había hecho partido y no era un desafío para dejarlo pasar. La última vez que les jugamos, les ganamos clarito. ¡Se quedaron calentitos! ¡Les pegamos un zaino bárbaro! Me acuerdo que fue un 3 a 0 con un golazo del Púa. ¡Tremendo! Los otros dos los hicieron Carlitos y Tito.

Ese partido se había puesto chivo. Estaba trabado. Trabadísimo. Ya les habíamos pegado dos pelotas en los palos. Pero el arco no se abría. Por allá  la pidió el Púa. Levanto la mano y metió el grito. La pelota venia medio venenosa desde el otro lado. Había salido disparada de un rebote. La paro con una cancha que ni te cuento. ¡Qué jugador! El púa era petisito, morochito. Desfachatado para jugar. Así medio chuequito que era, la dejo clavada debajo de la suela de unas zapatillas baratas que tenían mil batallas. (Porque en esa época no se jugaba con botines, el que sabia jugaba en zapatillas). Bueno; la paro como dejando en claro quién mandaba en esa relación. Levanto la cabeza en la mitad de la cancha y encaro. ¡Mamita! ¡Como jugaba ese nene!

Empezó a mover la pelota de un lado al otro. Como que la llevo a pasear, viste. Ahí, la llevaba cortita, al pie. Despacito, para que no se mareé. La mostraba y la escondía. La mostraba y la volvía a esconder. La pisaba con la zurda y se la prestaba a la derecha. De la derecha a la zurda. No se veía bien la jugada porque se levantaba mucha polvareda. Yo estaba del otro lado, contra el lateral.

Hacia tanto calor que la tierra de la cancha de 9 estaba seca. Si te quedabas parado te quemabas las patas. ¡El sol no te perdonaba! yo iba acompañando la jugada por el otro lado por si me la largaba, viste. Pero cuando la agarró, encaró. No la dudó ni un segundo. Encaró con el pecho inflado y un pedacito de lengua afuera. Así, medio como mordiéndola entre el colmillo y las muelas. Compadrito con la bocha, encaró para la derecha como si fuese a meterse en el arco con pelota y todo. El defensor lo vio y empezó a recular. Se movía hacia atrás pero sin perderlo de vista. Pero el Púa le metió un freno y engancho hacia el otro lado. Lo dejó pagando. De ahí nomas, en la puerta del área, ¡le pegó un zurdazo que lo clavo en el ángulo hermano!

¡Qué golazo mi Dios!  

¡Los de enfrente no la podían creer! Estaban calientes como una pava. El cuatro se agarraba la cabeza y en los ratos libres le pegaba al piso. Tremendo gol que les había hecho el Púa. El arquero voló a mano cambiada pero... sabía que no llegaba. El pibe voló para la foto. ¡Lo único que logró fue que el gol sea más lindo!

Desde de ahí, todo fue más fácil. Pim, pum, pam. Toque acá, toque allá. El Púa manejaba el partido y los tiempos. Mirá, puso dos pelotas bárbaras. Una a espaldas del defensor (que lo tenía alquilado) y la otra fue un centro lindo a la carrera. Las dos terminaron en gol. Cerraron una tarde gloriosa que marcaba la paternidad en el barrio.

Mientras los esperaba sentado en la calle me acordaba de ese partido. Por allá los ví. Las líneas del asfalto levantaban el calor del barrio. Un barrio de casas bajas con algunas manchas de humedad y algo de pintura vieja entremezclada. No conocían de gente a la hora de la siesta. ¡No había un alma en la calle! Pero ahí venían. Estábamos todos. Listos para ir a mostrarles a estos quien mandaba en el barrio. ¡Gracias a Dios venia el Púa! ¡Gracias a Dios venia el pibe de las zapatillas de las mil batallas!

El triunfo, estaba (casi) asegurado.

Miguel “el Chango” García vuelve a los escenarios

El compositor y cantante Miguel García presentará su música solista por primera vez en Gibson Bar, Macias 589, Adrogué, Buenos Aires. La ci...